No son santos, pero sostienen milagros.
Detrás de las andas cubiertas de flores y las alfombras de aserrín, avanza otra procesión. No lleva cirios ni túnicas bordadas, pero es igualmente sagrada: la de los vendedores ambulantes que, con manos callosas y sueños intactos, convierten el esfuerzo en un acto de fe cotidiano.
Esta es la Semana Santa que no aparece en las postales. La de hombres y mujeres que no esperan milagros... los que trabajan de sol a sol, los que no conocen el "quiet quitting", porque su vocación es seguir, ellos no piden limosnas, sino oportunidades.
En este fotodocumental celebramos su lucha —tan vibrante como el color de sus productos y tan resistente como el maíz—. Porque sin ellos, la tradición sería un altar vacío.
Los vendedores ambulantes no llevan túnicas bordadas, pero cargan sobre sus espaldas el peso de una tradición que no sería igual sin ellos.
Los vendedores ambulantes de Semana Santa son la savia viva de nuestras calles: Hombres y mujeres de maíz que madrugan cuando aún huelen a incienso las iglesias vacías. Padres que intercambian horas de sueño por cuadernos nuevos para sus hijos. Abuelas que convierten recetas ancestrales en monedas honestas.
Mientras Guatemala se detiene a mirar las procesiones, ellos tejen el verdadero milagro: el pan diario, ganado con manos callosas y dignidad inquebrantable.






































