El pasado 28 de junio, durante un viaje al departamento de El Quiché, me encontré con una escena inesperada en la cabecera Santa Cruz del Quiché. Mientras caminaba por los alrededores de la ciudad, descubrí que ese día se celebraban en Quiché el Día Internacional del Patinador, un evento que reunió a un colectivo de jóvenes patinadores frente a la imponente Catedral Santa Cruz del Quiché, fundada en el año 1768. Esta celebración no solo captó mi atención por la destreza y entusiasmo de los participantes, sino también por la curiosa yuxtaposición entre una práctica moderna y un entorno profundamente tradicional.
Como fotógrafo, mi misión siempre ha sido capturar la esencia de la vida cotidiana y las tradiciones culturales de los guatemaltecos. Este evento fue una oportunidad perfecta para documentar cómo los jóvenes patinadores, muchos de ellos pertenecientes a la etnia maya-k’iche’ y algunos a la etnia ladina, transformaron la plaza frente a la catedral en un vibrante espacio de expresión juvenil. La catedral, con su fachada histórica y su significado religioso, ofrecía un contraste fascinante con la energía dinámica y desafiante del skateboarding. Este deporte, conocido por su espíritu rebelde y audaz, parecía desafiar las convenciones establecidas, creando una escena casi surrealista.
La historia del skateboarding es una de creatividad y resistencia. Surgido en las calles de California en la década de 1950, este deporte ha evolucionado hasta convertirse en una cultura global que trasciende fronteras y une a jóvenes de diversos orígenes. En Guatemala, el skateboarding ha encontrado un lugar entre la juventud, ofreciendo una vía de escape y una forma de expresión única. A pesar de su reputación como una actividad irreverente, el skateboarding fomenta la comunidad, la innovación y el valor.
La rica historia de los maya-k’iche’ en El Quiché es un testimonio de la continuidad cultural. La convivencia de estas tradiciones con nuevas tendencias juveniles, como el skateboarding, refleja una sociedad en constante evolución que encuentra formas de integrar lo antiguo con lo nuevo. A través de mi lente, pude captar la armonía entre estos elementos, mostrando cómo las tradiciones y las nuevas formas de expresión pueden coexistir y enriquecerse mutuamente.
El público que se congregó alrededor de la plaza para observar a los patinadores disfrutaba visiblemente del espectáculo, evidenciando una aceptación y un aprecio por esta nueva forma de expresión. Este evento no solo mostró la capacidad de la cultura tradicional para adaptarse y coexistir con las tendencias modernas, sino también la importancia de reconocer y celebrar esta convivencia.
Capturar estas imágenes fue una experiencia profundamente enriquecedora. La escena disruptiva de jóvenes patinadores frente a un edificio tradicional y venerado simboliza una ola imparable de cambio que se recibe con los brazos abiertos. Documentar este evento me permitió no solo registrar el dinamismo del skateboarding, sino también capturar la esencia de una cultura que, aunque arraigada en la tradición, está abierta a nuevas formas de expresión.
Conociendo algunos protagonistas.
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